miércoles, 29 de abril de 2015

La burla

No es igual, ni es lo mismo, momo que moma, porque su diferencia no está en la transformación  gramatical del genero. Momo no tiene femenino, aunque como broma se travestiza de hembra.
El momo era un susto permanente, algo que podría venir, como el hombre del saco, creando tanto miedo que obligaba a los niños a estarse quieto, e incluso a comerse las verduras. ¡Que viene el momo!
La excepción eran las espinacas que, a pesar de que no suelen gustar a los menores, estas eran tragadas sin rechistar, tan solo porque la Wagner tuvo la ocurrencia, por encargo de los productores agrícolas, de crear a Popeye, ídolo generacional, que las ingería para multiplicar de inmediato su fuerza, estrategia para un desaforado consumo por la chiquillería, tal vez para vencer al momo si este se presentaba.
Momo fue una divinidad griega, y un dios de Roma, que se aun se venera en Gades cuando se acaba el invierno, y que en la Hispalis recibe adoración en las cuatro estaciones, incluidas las del metro de la Encarnación.
Este ídolo de la burla, de la broma, se representaba con una zeta, como las del zorro, pero en la ciudad de la gracia, a las setas le dicen champiñones. Con che, de cheque, o de chocolate, puro teobroma, manjar de dioses.
Moma, por supuesto no es hembra de momo, ni tan siquiera la llamada a una étnica madre a la que le faltara la tilde. Moma es un lugar creado para llevar allí las modernidades. Dicen que para conseguir los meritos  que aquella, burlona, puede maternalmente otorgarle a un vitae de curriculum imposible, de tal suerte que por allí puede aparecer de todo, pero sobre todo, lo que un buen marchante pueda colocar con golpe de efectos, o de efectivos.
Me consta, que en más de una ocasión se llevaron creaciones para que fueran expuestas en Nueva York, en el mismísimo Moma, para que sus autores obtuvieran el prestigio de que tal circunstancia aparezca en su historial, que por cierto se paga en dólares.
El momo aun sirve para asustar la ingenuidad infantil, pero lo que se tiene que tragar no es precisamente verdura, cuando aparece esa burla, travestida en diosa, que tanto pavor causa tan solo viendo sus marcas, ya sea en Burgillos o en la Encarnación. Lo cual hace pensar que aquello, de pura risa,  saldrá caro.
Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 27 de Enero de 2006


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