martes, 17 de diciembre de 2019



Del CORREO DFE ANDALUCIA 
Nieves G. Grosso  4 de Diciembre de 2017
Tres personas sacan al unísono el móvil y buscan el encuadre perfecto para hacer una foto a las Setas de la Encarnación. Esta escena puede repetirse cada día en cualquier momento del día. Las Setas son ya parte de los atractivos y símbolos con los que cuenta Sevilla. Pero la imagen que presenta ahora la plaza de la Encarnación dista mucho de la que era hace casi 45 años.
El espacio que ahora ocupan los icónicos parasoles se empleó como mercado central desde 1842 después de que se derribase un convento en 1810. La plaza estaba cercada por un muro rectangular que contenía ocho edificios cerrados. Una ciudad amurallada dentro de la ciudad. Aquél no era un mercado corriente con un único pabellón con pasillos donde se distribuyen los puestos. Había nada menos que 360 placeros. Pero en 1973 los problemas estructurales que tenía aquella pequeña ciudad llevaron a su derribo.
Llegaron entonces años de un tremendo abandono de la zona. En los 70, 80 y 90 el céntrico entorno comenzó a verse como un espacio degradado por el que muy pocos sevillanos tenían interés. La zona fue nido de ratas, parking provisional de coches y de autobuses; y sobre todo una enorme valla donde se colocaban todo tipo de carteles anunciadores. En cualquier caso, un espacio vacío y sucio en pleno casco histórico que necesitaba de una solución.
Algo que comenzó a dar sus primeros pasos en 2001 cuando durante el mandato PSOE-PA se hace un primer proyecto para regenerar el solar con un proyecto distinto al que finalmente se llevó a cabo: un mercado y un parking en rotación. Entonces comenzó una batalla liderada por vecinos y ecologistas contra el planteamiento de los andalucistas, que insistían en que no había restos de importancia en el solar. En junio de 2003, la Comisión de Patrimonio, entonces dirigida por Maribel Montaño, echó por tierra el proyecto del PA al considerarlo incompatible con la conservación in situ de los vestigios arqueológicos correspondientes a los periodos romano y andalusí.
Así, el Consistorio terminó retirando a la concesionaria el proyecto y asumiendo el coste del rescate, que se sumó a lo ya gastado para iniciar el aparcamiento subterráneo que se había previsto. Además, el hallazgo de restos arqueológicos en el subsuelo obligó a gastar 8,5 millones de euros para realizar una excavación, sobre la que posteriormente se decidió construir un museo que permitiese que los vestigios pudieran visitarse.
Un año más tarde, ya en 2004, el Ayuntamiento, ya sin el PA en el gobierno, abrió un nuevo concurso internacional de ideas para reorganizar el espacio e incluir un mercado de abastos, una plaza pública multifuncional y además un espacio destinado al museo para conservar los hallazgos arqueológicos. Al proceso se presentaron 65 proyectos, de entre los cuales el jurado eligió el denominado «Metropol Parasol», del arquitecto berlinés Jürgen Mayer.
A pesar del impacto visual, Patrimonio dio luz verde a las obras, que se iniciaron a los 12 meses, en junio de 2005. Tenían un presupuesto de 50 millones de euros, pagados al 50 por ciento por el Ayuntamiento y la adjudicataria Sacyr, que además lograba la explotación durante 40 años de los recintos que se alquilaran.
A partir de entonces los retrasos y el aumento del precio de la obra fueron una constante. La primera fecha de finalización de los trabajos que se dio fue junio de 2007. Ese mismo año, la empresa encargada del proyecto informó al Ayuntamiento de Sevilla que el proyecto no era técnicamente realizable como había sido concebido, ya que no se había comprobado que la compleja estructura de secciones de proyecciones longitudinales fuese capaz de soportar los pesos y tensiones de la estructura, pues el arquitecto únicamente había realizado un proyecto básico que excluía las pruebas técnicas, por lo que no había tenido en cuenta la inexistencia de una tecnología apropiada para llevarlo a cabo. La necesidad de buscar soluciones, que se encontraron en 2009, para ensamblar de forma segura las lamas de madera finlandesa que componen los parasoles, o setas, obligó a una desviación presupuestaria de 30 millones de euros más.
La nueva fecha de finalización fue primavera de 2008 y luego, debido a la complejidad del proyecto, el último trimestre de 2009. Con la obra aún muy en fase embrionaria en cuanto al montaje del pino finlandés que recubre los parasoles, el siguiente plazo se estableció en los primeros meses de 2010.
En junio de ese año saltó de nuevo la polémica. Con la construcción de los parasoles a medio hacer, una nueva modificación presupuestaria llevada al pleno para afrontar los trabajos, puso en tela de juicio la idoneidad de culminar el proyecto. El entonces alcalde de la ciudad, Alfredo Sánchez Monteseirín, enarboló el «interés público» como argumento para conseguir aprobar el desvío de dinero, y aseguró que paralizar, abrir otro contrato y terminar la obra costaría 68 millones, frente a los 30 que se pedían para acabarlos. Y es que para entonces, el presupuesto inicial se había duplicado y se situaba en los 50 millones a aportar desde las arcas municipales –100 millones en total–.
La construcción de las Setas siguió su curso y en agosto de 2010 comenzaron a recubrirse simultáneamente la parte superior de todos los parasoles de madera laminada de abedul de Finlandia, que fue la solución encontrada a los problemas estructurales encontrados en 2007. La última fecha de obra fue 31 de diciembre de ese año.
Al final, aunque el Ayuntamiento se negaba a que la ocupación se hiciera por fases, resultó inevitable y los primeros en trasladarse fueron los placeros que llevaban 37 años en un mercado provisional en una de las esquinas de la plaza. De los 360 puestos que había en el 73 en las nuevas Setas había 38. Muchos de los placeros en esos años se jubilaron, otros mudaron sus negocios a otros mercados...
Por fin, y tras el enésimo retraso en las fechas, fue el 27 de marzo de 2011 cuando por fin se inauguraron las Setas. Entonces Monteseirín aseguró que sería en poco tiempo «uno de los lugares más sevillanos de Sevilla». Y parece que no estaba equivocado. Desde entonces la Encarnación es uno de los puntos de parada obligada para los turistas. De hecho, forma parte de las rutas ya tradicionales de la Catedral, el Archivo de Indias, el Alcázar y Santa Cruz. Alejado del tópico, con reconocimientos internacionales, y con el aliciente añadido de un patrimonio en el subsuelo, el Antiquarium, por el que pasaron a lo largo de 2014 un total de 61.772 personas. Pero también para los sevillanos se ha convertido en punto de encuentro, de concentración –fue símbolo del movimiento 15M en la capital hispalense–, los bajos de la estructura se encuentran explotados por distintos negocios de restauración... Además, el actual alcalde, Juan Espadas, ha trabajado desde su llegada a la Plaza Nueva para contribuir a este concepto apostando por ellas, por ejemplo, como un epicentro de la programación navideña.

De hecho, ha sido en este mandato en el que se ha despejado una de las sombras que aún pesaba sobre las Setas: el litigio judicial con Sacyr, que denunció al Ayuntamiento en 2012. El pasado año la reclamación se resolvió con la reducción del pago de 36 a 2,5 millones por parte del Consistorio, que ahora trata de negociar con la empresa, adjudicataria del servicio para, al menos, 35 años más, el convenio que permite, por ejemplo, que los sevillanos se suban gratis a ese mirador de Sevilla que cumple ya más de un lustro de vida.

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