martes, 8 de julio de 2008

A peste

Sin sorpresas

Al quitarse la tapa de la boca, la alcantarilla solo podía mostrar el cieno pestilente que escondía.
Una circunstancia que no es buena, ni sana, ni aconsejable, estaba invadiendo la plaza de aromas impropios. Sorprendía el silencio de los vendedores, a sabiendas de que los alimentos pueden impregnarse de los olores, en especial de los fuertes, de los nauseabundos, que permitieran que estos fluyan libremente, especialmente si pueden ser inspirados por personas con problemas respiratorios, niños pequeños, e incluso depositarse en adherencia sobre la debilidad que ofrecen, por tanta química, aquellos alimentos de por si insípidos e inodoros. Algo va mal.
A la entrada de la plaza el poder del desinfectante se advertía a nada llegar a ella. El compuesto creosotasico, tan eficaz como penetrante, quemaba las gargantas, mientras la alcantarilla barruntaba toda la “cascañi” embolsada, en el rumio de la amenaza.
Ni ratas, moradoras de su conducto. Ni cucarachas engordando en la inmundicia de su interior. Solo, mierda. Mierda de alcantarilla. Allí estaba, bajo el husillo de su boca, esa mierda descompuesta por todo el tiempo que se mantuvo en tan pequeño receptáculo, siempre amenazante, hasta que el zotal obligó a quitar la tapa de aquella boca de alcantarilla a la puerta de la plaza.
Era evidente que ni el perfume de rosa puede enmascarar lo que aquello tiene reservado cuando se destapa, a fin de cuenta no deja de ser una cloaca y, aunque en poco tiempo el olor activo del desinfectante puede desaparecer, en su interior siempre se encontrará la mierda.
Sevilla a 7 de Julio de 2008

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