Carta intemporal
(21-XII-02)
Tengo prevista mi carta a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Es la misma que desde hace años tengo escrita. Este año de la enviaré a los de verdad, no a estos que los encarna en representación, y que conociendo, en algunos casos, sus escasos meritos, no sé que pensaran sus representados.
Este honor debería de evaluarse más por verdaderos valores personales que por coyunturas. Me contaron que uno de estos alcanzó la gloria de la carroza nada menos que por comer, al servicio de la ciudad, un plato que no era de su agrado, aunque él se pensara que fueron otros.
Tal sacrificio le llevó a degustarlo innumerables veces, tantas como actos oficiales y pseudo-oficiales, y políticos a los que asistía, donde siempre le era ofrecido, pues el pueblo sencillo creía que este era la mejor ofrenda que podían servirle, dado que en alguna ocasión expresaría esta debilidad culinaria.
Sin embargo el no protestaba, por Sevilla deglutía uno tras otro sin un solo reproche, con lo que le hubiera gustado que le pusieran unas jugosas angulas de Aguinaga, un sabroso queso de Castilla, algo de la dehesa extremeña, pero por Sevilla su trianismo, nobleza obliga, hizo bandera del barbo de cuchara, marinado con vinagre, pimentón ajo y sal, aunque de vez en cuando echara de menos que fuera también del famoso escuálido los trocitos bien enharinado y frito en abundante aceite de oliva, los taquitos de adobo, el plato aquel que por la fama que el “malhado” plumilla, le endosara como sambenito para los restos.
Una ciudad de Pim y Pom, para llevársela personalmente a los candidatos a jugar a Sevilla, y un Pale para cada uno de los grupos de gestores publicos.
Tal vez en estos juguetitos, mis queridísimos concejales puedan comprobar los efectos de las múltiples decisiones, y las posteriores rectificaciones antes de llevarlas a la práctica.
Sevilla a 21 de Diciembre de 2002
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