
Mientras que las comunidades científicas recomiendan la
carne, la de comer, la de mantel, y no
digamos de la otra, la de satén, por sus probados beneficios, ocurre que en las
esferas religiosas se empeñan en prohibirlas.
Que países y naciones abominen de su dieta las excelencias
del cerdo, y otros se abstengan de la de
ternera, choca tanto, como que durante ciertos días al año, tengamos que
privarnos de toda, las de comer y las otras. Polvus eris.
Resulta paradójico
que mientras crece la población, y de ahí lo extraño se reduce el consumo
cárnico, pero en cambio aumenta el de preservativos.
Hace algunos años, de cuando para poder pagar los pisos se
cambió el puchero con todos los avíos, por desecados caldos y los escalopes de
agujas en salsa por vete ya saber qué cosa, la economía, nos hizo a muchos
cambiar excelentes hábitos, regalos al paladar, por otros alimentos, en
especial los de huertas, aunque ahora deben ser
enriquecido con liofilizados de origen animal para que nos hagan olvidar el
recuerdo químico de los viveros.
El consumo de carne ha bajado tanto que, en la actualidad,
estamos en menos de un tercio que entonces, cuando las terneras fueron
difamadas por la locura humana.
Debemos creer que en breve, aumentara el consumo y las
religiones cambien estas normas, pues no existe evidencia de que la carne no
puede ser malo para nada, lo malo con seguridad es otra cosa, algunas hacen que
tangan que tragarse, y otras se meten motu proprio, pero es más que seguro que
estas privaciones que la fe obliga no hacen, ni de lejos, que seamos mejores.
Sevilla a 4 de Noviembre de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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