La licuefacción
Tenía que ser tal día como este de San Genaro que muestra su
sangre liquida, cuando a poco mas se me hiela la propia cuando en centro
oficial con citación previa de fecha y
hora, el programa informático, hacia lo
propio para enviarme cita en otro centro en otro lugar a kilómetros de distancia lo cual hacía imposible
encontrarme en ambos, y es hoy cuando preguntado por informacion a la señorita vigilante del
centro donde ser podría recabar la precisa al respectos es ella misma la que se ofrece con
uniforme, porra, y esposas al cinto a servir de motu proprio la respuesta a lo
solicitado.
Así pues, por su cuenta u riesgo me facilitará la demora de
una hora, tiempo insuficiente para tener presencia de manera cierta, por lo cual pasado este
tiempo de gracia, parece que el “programa” dará por fallido el acto y ……… ¿Qué
puede pasar?
El caso es que hoy no podría ser atendido, ni siendo San
Genaro. Todo sucederá mañana cuando en la ampolla vuelva a estar seca la sangre
del santo patrón napolitano. No hay milagro que valga, justo cuando en esta
ciudad se juega con la posibilidad de dejar a San Fernando, conquistador y
patrón de Sevilla en laborable día, sin cita previa y fuera del programa
informático, y lo peor sin tener una vigilante que tomando relevancia de
funcionario cuando le hierve la sangre y se la juega dando minutos de demora
antes de que salte impersonal mecanismo, como si hubiera cuerpo que estuviera
en dos sitios, o se tuviera para darle dos festivos a la feria.
Poco antes de las once de la mañana cuando regresaba de la nula
gestión de prueba, la sangre licuada de San Genaro era mostrada a los fieles y
al mundo, la gente dice que se le puede pedir tres cosas lo que me hace pensar una,
que me dé tiempo a llegar en una hora tras
acudir a la cita anterior, de inmediato a la salida del facultativo coger el
autobús para que seis paradas después bajar y cruzar dos calle al objeto de
hacer el trasbordo para tomar otro autobús que tras nueve paradas me dejaría a
unos cien metros del centro oficial donde me aguarda la vigilante para
facilitarme la entrevista medica, si es que el “programa” informático en tiempo
no me remitió a fallido.
Ya le he pedido tres veces al santo que obra cada año el
milagro de licuar la sangre depositada en una ampolla de cristal dentro de un
bellísimo ostensorio de oro que se instale la puerta automática en lo de la
Encarnacion, pero no está de más pedírselo una vez más, que sean cuatro, pues
no son tantas si va para siete años que le insisto a un consistorio cambiante, que en cada actuación en lo de la
Encarnacion parece que se le helara la sangre.
La tercera petición surge inesperadamente cuando un trocito
del incisivo lateral deja caer su ebúrnea materia sobre la lengua, quiera el
santo que tenga la consulta del doctor Gonzalez e hijos espacio para atenderme. Voy de inmediato y se produce que incluso estaba el patriarca, el doctor emérito,
el muy reconocido estomatólogo que no
duda en reparar el deficiente marfil sustituyéndole em reconstrucción de
filigrana por un duro composite que cuidaré con mayor interés si cabe. Ni una
hora ha transcurrido y he vuelto para continuar esta para dar las gracias a San
Anibal, que es como le llamo desde hace cuarenta y ocho años. Una hora, que es
el tiempo que dispongo mañana para que fuera posible algo tremendamente difícil.
Al menos me queda que dispondré de diez días para justificar que el programa me
cita a la misma hora en dos centros distintos.
Por el momento salvamos el diente, mañana podremos comer solido, por un momento me temi que solo tomaría licuados.
Sevilla a 19 de Septiembre de 2016-
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