domingo, 24 de enero de 2016




Me entero al leer que el alcalde ha presentado en Fitur una cosa llamada Lugares de Encuentro (Seville Venues) para que inversores privados puedan alquilar, sin límite, más de una decena de edificios, centros culturales y espacios públicos donde organizar cócteles exclusivos. Esto es: cerrados. El Consorcio de Turismo ha hecho renders al estilo de los New Romantics de cómo quedarían, entre otros enclaves, la Alameda, los Jardines de Murillo y la Puerta de Jerez. Las tres plazas aparecen llenas con mesitas de discoteca y barras móviles.
Entendemos entonces la ironía que se ocultaba bajo el nombre de la concejalía de Antonio Muñoz. Ya no vivimos en una ciudad, sino en un hábitat: el de una discoteca ibicenca donde todas las semanas habrá una fiesta de la espuma. Llevamos tiempo diciendo que Sevilla es un abrevadero. No es una metáfora. Es una evidencia. La cosa empezó cuando Marchena (el catedrático con patillas) quiso llenar la Alameda de mesitas para que viéramos cómodamente las gestas de su jefe.
La operación estaba pactada con la patronal de hostelería -sección ensaladilla- pero se frustró el día que la sacamos en los papeles. Optaron entonces por el disimulo. Monteseirín regaló la Plaza de San Francisco a Robles, su cortador de jamón, para que colocara entrañables lamparitas de sobremesa. Zoido logró después lo imposible: que veladores y dromedarios se disputaran el espacio útil para aliviar viandas en la puerta de las casas decentes. Espadas ha alcanzado la cima: no sólo no quita los veladores, sino que él mismo los vende. ¿Es por el empleo? Basta analizar las estadísticas laborales de hostelería para ver que no. La comisión municipal de veladores -cumplir la ley no debería negociarse- era un señuelo. Aristóteles escribió: «El ágora no debe ser ensuciada con mercancías». Nuestro regidor ha decidido vender la estampa de Sevilla en porciones, en contra de lo que prometió a los vecinos, que son quienes votan. Que sepamos, no le sobran sufragios. Le faltan. Usted mismo, mosén, pero las cuentas no salen.
Los sevillanos pagamos los edificios culturales y los espacios públicos. Nos cuestan más de 900.000 euros al año. Su limpieza es irregular; su mantenimiento, nefasto. Venderlos es como privatizar una playa. Gobernar no consiste en montar una terraza con vistas y poner a los policías locales de porteros. Es otra cosa. Si usía quiere que sigamos pagando las facturas de este bare nostrum donde no podemos estar mientras otros beben a nuestra costa como si no hubiera mañana es que confía en que aceptaremos una estafa. No nos deja otra que llevarle la contraria. Recapacite. A los cócteles sólo van los mendigos con corbata. Sevilla a 24 de Enero de 2016

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