El vuelo del águila
Desde hace no mucho tiempo las palomas se han ido integrando
en el paisaje urbano de esta ciudad, y aunque a estas aves blancas siempre
estuvieron en la Plaza de América, más conocida por el parque de las palomas, por
el contrario a estas grises para no confundir con los pájaros, también la
llaman ratas con alas.
Su número crece y hay elementos arquitectónicos y esculturas
que tiene que salvaguardarse de sus estragos. Mas parece que la proliferación es
debida a que estas encuentran alimento y agua que algunas personas se encargan
de suministrarles haciéndoles llevar una vida placentera, de las de cagarse, y
libre de depredadores naturales, otra cosa es que como medida disuasoria saquen
a volar al águila.
En esa avifauna que junta al mirlo con la paloma, aparece, y
de una forma invasiva, la maldecida tórtola turca, esa que no respeta ni los
domingos, ni fiestas de guardar, esas que gritan en sus desplazamientos la
maldición “decaoto” , y cuando no, lanzan su
tu, tu, tu, tu, que se hace insoportable, por no hacer referencia a sus
repugnantes deposiciones en formas de pegajosa madejillas, esas que se pegan en
la pintura del capot de tal manera que resulta harto difícil deshacerse de
semejante mierda.
En las mañanas, por lo de la Encarnación , a nada
que el bicho empieza su rugido cotidiano, las tórtolas aun no han aparecido en
sus vuelos, ni las palomas dejan el refugio que les proporciona las cuadriculas
de madera, el ruido ya no las asustas, pasarán un buen ratito al resguardo
hasta que le lleguen las migajas de pan que las alimentan.
Por el momento, peor lo llevan el vencejo, y el asustadizo delichon
que en breve se prepararan para la migración, cuando, de vez en cuando, le
sueltan al águila para que abandonen el lugar propio, en un desahucio forzado,
para pasar ser okupa en otro. Seguro que de aquí a nada anidaran la cotorra
krhamer y el negro mirlo en lo de las setas.
Un par de veces por semana al amanecer hay demostraciones de
cetrería. La gran rapaz muestra en cada
lance de vuelo, mucho más como alardes de acrobacia que de eficacia, salvo por el
susto de su afilado pico, y como hace brillar en las lascas amarillas de sus
patas las escarpias de sus garras, uñas con licencia para matar, pero sin
permiso de caza. Coto municipal.
Ningún pájaro se mueve de su refugio durante la exhibición.
Espectadores en la seguridad no salen a volar, ni por nada del mundo, ni tórtolas,
ni palomas, pues son poco listas estas especies que observan lo que sucede, y permanecen inmóviles durante la muestra, donde
permanecen al parecer tranquilas y al aguardo a que pase la sesión de cetrería
contratada. Pasó el peligro.
Con los brillos de los cristales, la orientación del águila,
por esta vez, le jugó una mala pasada cuando estuvo a punto de meterse de lleno
en la barreduela de cristal, acaso deslumbrada con el fanal brillando por algún
rayo del incipiente Sol que parecía, como una presa, y entrar en su reflejo por
una puerta inexistente.
Ni que decir tiene que aquella envergadura de negras plumas,
a punto de chocar en su equivocado picado impresiona a cualquiera, salvo a los pájaros.
Hubiera sido un
numero de los de pena, en el que el pobre animal, cazador, cazado, se hubiera
estrellado por la inexistencia de una puerta, que de haber sucedido, al menos
esta de existir le hubiera salvado cuando menos del leñazo, y es que hay cosas que ni los animales se
explican. ¿Ha llegado el águila?
Sevilla a 29 de agosto de 2012
Francisco Rodríguez Estévez
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