Cuando aun no era Roma, después de que fuera plaza de
abastos, y el solar convertido en el aparcamiento que tanta vida le dio a la
provisionalidad, y ahora abandonado, pues en la excavación el tiempo hizo del
mismo un precioso jardín que incluso llegó a convertirse en refugio de feles.
Distintas variedades botánicas autóctonas germinaron sus
semillas que transportaron los vientos y las aves, quedando alojadas en el
interior de aquel edén para
invertebrados e insectos. Jauja para comilonas de la vecina colonia de vencejos
del exterior y del paraíso de roedores, coto de gatos.
Cuando creció la micro silva, arboreto bajo plástico, y
algunos arboles alcanzaron el porte que daban seguridad a las aves, empezaron
los anidamientos tras los cortejos nupciales de apareamientos, para regocijo de
las culebras.
La pequeña reserva se llenó de tanta vida que también cobijó a volátiles rapaces e incluso
la suelta de gazapos de campo, que se adaptaron fácilmente proliferando en la abundancia, cohabitando
junto a reptiles e incluso con el homo indigente.
Ha bastado el paron de varios meses, el de los bataches y
las negociaciones de begín de begín, para dejar esta Roma al aire, esperando
los chaparrones, para llenar melonares, para que las ranas, con lo caído, se
hacen largos en la casa de las sectiles.
La céntrica laguna, convertida
en piscifactoría de inmaduros alevines anfibios, en estos tiempos de
migraciones de las anatidas, se puede convertir antes de que llegue el proyecto
del emblemático, en área de servicio para fochas y ánsares reales camino del
coto, donde poder descansar, darse un baño, y degustar las deliciosas ancas a
la romana, especialidad de la casa. Y es que la Encarnación no deja de
sorprender.
Sevilla a 28 de Octubre de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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