lunes, 11 de mayo de 2015

Resultado de imagen de Restaurante la Luna
Noche del fuego

            Había llegado el solsticio del verano, y en la noche mágica del fuego, la de los sortilegios y aquelarres, seguro que nadie me creerá si les digo que me encontraba en la Luna.
Alguien podría pensar algo me habría afectado, y que de tanto soñar lo mismo pensaron que encontraría en la inopia, pero no, era la Luna y allí se me hizo día la mágica noche.
Lo inalcanzable en la distancia, se hizo posible y, resultó convertirse en un corto trayecto que tuvo velocidad lenta para hacerlo lejano. Diecisiete kilómetros para encontrarme con un inesperado destino, la Luna.
Algo más de una interminable hora para llegar a esa sombra cariñosa, cuna que mece cada año el mosto nuevo que nace en los lagares, recóndito lugar donde tendría lugar el institucional acto de poner el epilogo a una etapa, como las de contrarreloj, pensando en las de alta montaña que llegaran después de la jornada de descanso.
Un alunizaje de benbasianos reunidos en el centro de esa polinesia de adosados, en lo que ha quedado convertida la cornisa aljarafeña al cambiar olivares, viñedos y naranjos por una demografía de disparates y atascos.
            En la Luna, la magia era el placer de una brisa agradable, que nos trajo Selene en la noche del fuego, ideal para la amena charla interrumpida por las viandas ofrecidas y el moderado beber para un retorno sin sustos.
Con todo ello llegó el momento esperado, en el dulzor de los postres, de los discursos.
Resultado de imagen de premio Ben BasoComo el colesterol, bueno y malo, como la propia Luna, con sus dos caras como una moneda, cara y cruz. El envés y el revés de un premio diferenciado, el día y la noche, la luz y la sombra, lo negativo y lo positivo eran concedidos.
En el salón de mi casa lucirá enmarcada la generosa distinción, pero lo que hace más relevante al valioso premio no serán los escasos meritos que en este caso ha tenido quien lo logró por ser un naufrago solitario, un paco disparando salvas de palabras, que al parecer no fueron inútiles, pues si no hizo sangre al menos hizo ruido, pero que no pudo evitar lo que su antagonista se encargó de destruir. Pero ahí estará la hemeroteca para su desgracia, Sr. Alcalde.

Francisco Rodríguez Estévez
Sevilla 24 de Junio de 2006


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