Esta ciudad está llena de historias y leyendas donde lo
cierto y lo inventado se mezclan para no saber nunca, a ciencia cierta, lo
acontecido. Son en especial aquellas, que tienen tantas versiones, que cuesta
saber la verdad de donde empieza y como acaba, hasta a los más eruditos
historiadores.
Sevilla forja continuamente historias que se convierten en
leyendas. Últimamente se está obrando una que siendo más verídica que las que
cuenta el humorista, es tan increíble que más bien parece una mentira, una broma,
un chiste. La provisionalidad.
Tristemente lo de la Encarnación pasó a engrosar la lista de
aquellas que por la seriedad del asunto, no son resueltas por los gestores
públicos, que las eternizas al no encontrar una correcta solución, quien dice una
aun desacertada, y es por ello que el pueblo las ironiza para convertirla en
algo grotesco.
La leyenda suscitada forma ya parte de la historia más negra
de las que acontecieron en la trama urbana y comercial de su centro histórico.
Imagino, cuando pasen los años, que pensaran de nosotros los
ciudadanos que la habiten, contemplado el enclave, conociendo la historia y la
leyenda que resulte con el paso del tiempo.
El tiempo se encarga de desvirtuar todo lo que se transmite
oralmente. La historia se altera por la propia visión de quien la escribe,
siendo por lo tanto siempre inexacta e incompleta.
La Encarnación llegará a ser alguna vez, con la recuperación
de su mercado tradicional, si no aparece la tontería,, un punto referencial de
esta ciudad, y sus entrañas guardaran su rico pasado.
Se escribirán libros y se transmitirán sus leyendas, incluso
la más negra de todas, llevar treinta y un año siendo tan solo un vacío de
miles de metros cuadrados y sus callados placeros enjaulados bajo
anticomerciales chapas.
Las futuras generaciones no llegaran a entender nunca como
fue posible que esto sucediera en el mismísimo centro historico de la ciudad.
Cabe preguntarse si pensaran que fuimos tan torpes, tan
indolentes, tan ineptos que llegamos a permitir que durante tanto tiempo el corazón
de la capital de Andalucía, estuviera convertido en una vergüenza que no
avergonzaba a nadie.
Es de esperar, después de todo, con los temores de las modernidades, que si se
hace algo, tampoco nos sonroje. El tiempo nos dirá.
Sevilla a 20 de Agosto de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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