lunes, 9 de febrero de 2015

Las mentiras de la Encarnación

Carlos Mármol | 25 de mayo de 2010 a las 18:15
El Consistorio intenta combatir la opinión hostil generada por el sobrecoste del Parasol anunciando un estudio de impacto económico para resaltar los bondades del proyecto en materia de atracción turística.
Mariano José de Larra, periodista español: “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”.
¿Se han enterado de que el Parasol de la plaza de la Encarnación es una maravilla que situará a Sevilla en la modernidad? Si todavía no lo saben, o si por casualidad piensan algo distinto, sepan que el gobierno local va a explicárselo como acostumbra: contratando, todavía no se sabe bien con quién, “un estudio de impacto económico en el que se cuantificará el retorno de la inversión del proyecto en materia de atracción turística, dinamización del comercio y, por supuesto, creación de empleo”(sic). Ahí es nada. Estamos salvados.
Este recurso, de libro, pretende camuflar –a estas alturas– el auténtico dislate que está suponiendo para las arcas municipales, nada boyantes, por otra parte, la construcción de la obra del arquitecto berlinés Jürgen Mayer. Lo más sorprendente del anuncio no es tanto la pretensión de justificar lo injustificable con números y amparándose en el turismo, sino el hecho de que el Ayuntamiento piense que aún tiene defensa su forma de gestionar un proyecto cuya gran virtud es desfondar la hacienda local para, en lugar de crear una plaza pública, alzar un complejo comercial privado que tendrá uno de los enclaves más importantes de la Sevilla histórica en régimen de alquiler durante cuatro largas décadas. Probablemente, incluso algo más de tiempo. Cuidado con las matemáticas: las carga el diablo. Pueden terminar demostrando justo lo contrario de lo que se pretende.
El Parasol, ya se ha dicho, es el símbolo de una forma de gobernar. Quien ha tenido la virtud de generar tal metáfora en forma de artefacto arquitectónico no son los malévolos periodistas ni los ingratos ciudadanos, sino el equipo político municipal que dirige Sevilla. Nadie podía imaginar que su capacidad poética nos saldría tan cara. O que consistiría en contratar una obra para, en lugar de dejar que sea el inversor quien corra con los riesgos de la inversión –la única lógica que tiene la concesión administrativa–, aportar cada cierto tiempo cantidades ingentes del dinero que ya no nos sobra –más bien nos falta a todos– para terminar un proyecto sobre el que existe un grado de oposición ciudadana mayúsculo.
Claro es que PSOE e IU contaban con que la discusión sobre la reforma de la Encarnación –uno de los subgéneros del periodismo sevillano, igual que el Metro– se plantease exclusivamente desde el punto de vista estético. Ese frente creían tenerlo controlado en la Plaza Nueva. A las críticas de la Sevilla eterna, que no tolera un hecho tan obvio como el mero paso del tiempo sobre la piel de las ciudades, sólo había que contraponer los conceptos de vanguardia, innovación y, por supuesto, el recordatorio de que el Parasol ha sido expuesto en el MoMA de Nueva York… con miles de maquetas más. Todas ellas patrocinadas por el correspondiente promotor, sea éste público o particular.
MENTIRAS EN LAENCARNACIÓBAJA
El asunto, sin embargo, no ha reventado por esto. Hace aguas por el factor económico. Debido a la gestión del proyecto, asunto cuya responsabilidad sólo es municipal. Sobre la elección de la propuesta de Mayer puede haber –es muy sano– debate sobre si se acertó o no. Sobre el coste que tiene para las arcas públicas la discusión se agota pronto: el Parasol hace tiempo que dejó de ser razonable si se analiza en términos de coste y beneficio.
¿Qué gana la ciudad con privatizar un espacio público durante 40 años y gastarse al mismo tiempo casi 123 millones de euros para dar una solución al mercado de abastos, cuya construcción podría haberse abordado con mucho menos quebranto para las arcas públicas?
Hay que recordar que los placeros de la Encarnación, en su día, fracasaron a la hora de construir su propio mercado. Por eso tuvieron renunciar a su primitiva condición de concesionarios. Sevilla quizás les deba unas instalaciones dignas, aunque en ningún caso un centro comercial del que, por otra parte, pueden ser expulsados con el mero paso del tiempo. Basta ver el pliego de condiciones del concurso.
La Encarnación ha sido durante los últimos treinta años un rosario de mentiras y medias verdades. Ni es cierto que hacer el mercado sea una obligación legal del Consistorio –aunque su desaparición sería un crimen para la vida ciudadana del centro, escaso de estas dotaciones básicas– ni es verdad que el Parasol sea una plaza pública. Es un edificio comercial. Evidentemente –los hechos cantan– tampoco es real que la privatización del espacio público fuera necesaria. Fue una opción política. Absurda, por otra parte: el Ayuntamiento no ha dejado de aportar fondos para su construcción desde antes incluso de firmar el contrato.
Tampoco es verdad que se supiera que el proyecto de Mayer era viable. Los técnicos municipales han demostrado que cuando empezó la obra no había ninguna garantía. Se confirmó además que no podía hacerse justo al expirar la primera de las cinco fechas –ahora han dado la sexta– de terminación anunciadas por el gobierno local. Quizás pueda al final acabarse, si la ingeniería no vuelve a fallar, pero lo cierto es que la factura será tremenda. Ya lo es. No es raro que, entre este caudal de mentiras, algunos, reunidos en el usual conciliábulo, decidieran para colmo esconder la bola del segundo sobrecoste. Aquí no ha dicho la verdad ninguno. Nadie. Laus Deo.

No hay comentarios: