viernes, 5 de diciembre de 2014

Carne y religión

Mientras que las comunidades científicas recomiendan la carne, la de comer,  la de mantel, y no digamos de la otra, la de satén, por sus probados beneficios, ocurre que en las esferas religiosas se empeñan en prohibirlas.
Que países y naciones abominen de su dieta las excelencias del cerdo,  y otros se abstengan de la de ternera, choca tanto, como que durante ciertos días al año, tengamos que privarnos de toda, las de comer y las otras. Polvus eris.
 Resulta paradójico que mientras crece la población, y de ahí lo extraño se reduce el consumo cárnico, pero en cambio aumenta el de preservativos.
Hace algunos años, de cuando para poder pagar los pisos se cambió el puchero con todos los avíos, por desecados caldos y los escalopes de agujas en salsa por vete ya saber qué cosa, la economía, nos hizo a muchos cambiar excelentes hábitos, regalos al paladar, por otros alimentos, en especial  los  de huertas, aunque ahora deben ser enriquecido con liofilizados de origen animal para que nos hagan olvidar el recuerdo químico de los viveros.
Privarse de la denostada carne de vacuno, con la cosa del susto,  ya no supone esfuerzo alguno, de la otra, sin temor a si da, o no da, dispuestos al pecado.
El consumo de carne ha bajado tanto que, en la actualidad, estamos en menos de un tercio que entonces, cuando las terneras fueron difamadas por la locura humana.
Debemos creer que en breve, aumentara el consumo y las religiones cambien estas normas, pues no existe evidencia de que la carne no puede ser malo para nada, lo malo con seguridad es otra cosa, algunas hacen que tangan que tragarse, y otras se meten motu proprio, pero es más que seguro que estas privaciones que la fe obliga no hacen, ni de lejos, que seamos mejores. 

Sevilla a 4 de Noviembre de 2004

Francisco Rodríguez Estévez

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