Ahora tiene una visión desgarradora. Como astas de cérvido
desprendiéndose de los colgajos de epitelio de una muda. Como alcornoque
desnudo, al que le roban durante el frío invierno su atormentado arrope.
En carne viva, como el corazón que Raphael tenía en el
vinilo. Es un escándalo. Así está quedando esa terrea piel sin su cobertura
pétrea que, a jirones, están arrancando de su pasado.
La paciencia junto a la técnica, recuperarán no sin cierta
prisa, más que sospechosa, toda la belleza que nos guardaron, para que nos
puedan causar más admiración, si es que fuera posible, el poder contemplar
hecho Arte, todos esos cachitos de mármol.
En ellos, pavimentos del Imperio, pisadas de la vida
cotidiana, amores y pasiones, fiestas y funerales de plañideras, testigos
multicolores de un tiempo de esplendor y decadencia, de una Cultura que tanto
dejó en su caída, y tanto nos dejó en la sangre.
Aseguran, que volverán tras la intervención recuperadora, a
su lugar de siempre, donde quedaron instaladas por deseos del pudiente que las
encargó, tras revisar los catálogos que teselalossa ofrecía sin plus para filipina que valga. Los
operarios con contrato basura del destajo, enlosaron de moda los aposentos y
los caprichos de su propietario, incluso a veces, para delicias de estos, les
instalaban inventadas emblematas para llenarles de vanidad, que eran
recompensadas con largueza.
Mil trescientos años aguardaron para volver, y demandan
justamente, el sitio arrebatado, el de toda la vida. Treinta y tres y pico
tendrán que esperar los envejecidos placeros, toda una vida, claro está que
ellos no son de mármol, pero tienen el mismo deseo, que ahora llaman El
Emblemático. Para estar a la altura, cuando llegue el tiempo de la cinta y lo
del azulejo recordatorio de la gesta, a muchos de los placeros, mosaico
multicolor del aposento, nos tendrán que realizar, como a las alfombras
minerales, un lifting rejuvenecedor, aun a riesgo de parecer, sobre las
tarimas, carcamales del cuplé. De ambas maneras se tendrá una visión como al principio, desgarradora.
Sevilla a 11 de Diciembre de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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