De nuevo le viene a este misterio de la Encarnación el
tiempo de las celosías, que no son esas tiras entrecruzadas que quitan de la
mirada lo intimo, si no extrañas y aterciopeladas flores del Otoño.
Llega pues este tiempo de celosías donde la “cristata”
adornará la efímera corona de los recuerdos amargos y la “caraca” rematará con
su granate el pasado de un lazo de la memoria que no te olvida.
La Encarnación resiste al tiempo y a las ausencias que este
le deparó, desde cuando los jalogueis era los difuntos de toda la vida, y las
celosías “crestas de gallos”.
Ahí está, ahí permanece con el mismo disfraz que le pusieron
hace tantos años, con el mismo manto cochambroso con la que nos muestra un
esqueleto reblanquecido de su propio cadáver, causando una risa de ironía, en
lugar de producir compungida pena, en este tiempo de dalias y recuerdos
convertido por la modernidad en broma de brujas.
El calendario le trae un nuevo Noviembre de crisantemos y de
castañas asadas a esta ciudad que cambia los humos, los de los coches, que
huyen de las multas de bajonazos, por la fumata blanca del castañero que
aguarda que baje el bochorno climático, si bien aumenta el político.
Así llega, como el que no quiere la cosa, comprobar cómo le pasan los años a la
provisionalidad eterna, este Noviembre de granadas, de crisantemos, de
membrillos, de brujas, de difuntos, de Santos, de celosías granates, de
recuerdos y de ausencias. Demasiadas ausencias, demasiados años como para tomar
la llegada de este bendito mes a jaloguei de estúpido carnaval, cuando un ajado
disfraz cada día nos recuerda esta Encarnación provisional, lo rápido que pasa
la vida, incluso en la broma de treinta y un años de espera.
Sevilla a 22 de Octubre de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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