domingo, 9 de noviembre de 2014

Tiempo de celosías

De nuevo le viene a este misterio de la Encarnación el tiempo de las celosías, que no son esas tiras entrecruzadas que quitan de la mirada lo intimo, si no extrañas y aterciopeladas flores del Otoño.
Llega pues este tiempo de celosías donde la “cristata” adornará la efímera corona de los recuerdos amargos y la “caraca” rematará con su granate el pasado de un lazo de la memoria que no te olvida.
La Encarnación resiste al tiempo y a las ausencias que este le deparó, desde cuando los jalogueis era los difuntos de toda la vida, y las celosías “crestas de gallos”.
Ahí está, ahí permanece con el mismo disfraz que le pusieron hace tantos años, con el mismo manto cochambroso con la que nos muestra un esqueleto reblanquecido de su propio cadáver, causando una risa de ironía, en lugar de producir compungida pena, en este tiempo de dalias y recuerdos convertido por la modernidad en broma de brujas.
El calendario le trae un nuevo Noviembre de crisantemos y de castañas asadas a esta ciudad que cambia los humos, los de los coches, que huyen de las multas de bajonazos, por la fumata blanca del castañero que aguarda que baje el bochorno climático, si bien aumenta el político.
Así llega, como el que no quiere la cosa,  comprobar cómo le pasan los años a la provisionalidad eterna, este Noviembre de granadas, de crisantemos, de membrillos, de brujas, de difuntos, de Santos, de celosías granates, de recuerdos y de ausencias. Demasiadas ausencias, demasiados años como para tomar la llegada de este bendito mes a jaloguei de estúpido carnaval, cuando un ajado disfraz cada día nos recuerda esta Encarnación provisional, lo rápido que pasa la vida, incluso en la broma de treinta y un años de espera. 

Sevilla a 22 de Octubre de 2004

Francisco Rodríguez Estévez

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