sábado, 22 de noviembre de 2014

Mas de cuarenta años sirviendo las carnes a la cocina de la duquesa, y Carlos Marmol, periodista,  tambien cliente de nuestra casa, a tenido a bien en su articulo hacer mencion de esta circunstacia.


ADIÓS A UN MITO

Almuerzos en las Dueñas, seducción de dinastías


Las élites son como las familias: necesitan reconocerse. Que lo hagan para imitarse o para enfrentarse no importa mucho. Entre las aristocracias se trata de costumbres sucesivas. No es trascendente que el origen de un linaje sea la guerra o la propiedad de la tierra y el acceso del otro a la cúspide se produzca por las urnas. Los poderes se seducen mutuamente, predican siempre para los demás y aunque sus caminos hacia la cima sean diferentes su comportamiento está lleno de analogías. Por eso no resulta nada extraño que uno de los rasgos que mejor definan la vida de Cayetana Fitz-James Stuart, última duquesa de Alba, sea su cercanía con ilustres personajes del socialismo patrio; en concreto con la generación que desde Andalucía triunfó en Suresnes y llegó a gobernar la España de la Transición.
Procedentes de orillas antagónicas, ambas estirpes mantuvieron contactos, celebraron sus divergencias y encarnaron el espíritu de lo que entonces se llamó la concordia. Cayetana no lo confesó hasta el final, al presentar sus memorias: «Voté a Felipe, que era simpatiquísimo y muy atractivo». ¿Una duquesa votando a un socialista? Sí, pero los motivos eran personales (maritales, en realidad) más que ideológicos. Cayetana siempre fue fiel a su clase: nunca dejó de ser una aristócrata. Su rebeldía fue meramente epidérmica. Se había criado en un mundo donde a los progenitores se les llama de usted y se confesaba ultramonárquica. Su contacto con la intelligentsia comenzó tras su matrimonio en 1978 con Jesús Aguirre Ortiz de Zárate, doctor en Teología, sacerdote y responsable de Taurus, editorial a cuyo amparo se acogieron los intelectuales de un socialismo que sólo un año más tarde dejaría de ser marxista. Aguirre bautizó, confesó y casó a todos los miembros de esta cofradía después de someterlos a sus famosas homilías. Prueba de su influencia sobre esta grey es que durante la presentación de un libro de su editorial sobre los discursos parlamentarios de Julián Besteiro preparada por Fermín Solana fue donde Felipe González confesó por vez primera que era secretario general del PSOE.
Desde entonces la aristócrata más sevillana y la izquierda indígena comenzaron a tratarse con promiscuidad. Por Liria pasaron Tierno Galván, Fernando Morán, Solana, Maravall, Peces Barba, Boyer y Javier Pradera. El cura extendió la costumbre de las veladas privadas a la residencia de primavera y otoño de la Casa de Alba, el palacio de las Dueñas, donde el matrimonio citaba a las aristocracias ciertas y fingidas de Sevilla. Las reuniones eran iniciáticas. «Los grupos no eran grandes: seis y ocho personas máximo». A los duques les divertía mezclar a sus invitados. «El portero te preguntaba antes si tenías algún problema con los demás, incluidos los compañeros de partido», narra un socialista que acudió a estos almuerzos. «Te podías encontrar con Semprún o Lázaro Carreter. Rara vez se hablaba de política. Cayetana y el duque ejercían de anfitriones de sus amigos: Curro Romero, Soledad Becerril o el hermano mayor de Los Gitanos. El menú era sobrio pero de calidad». Las viandas se las compraban a Guillermo, el mejor carnicero del mercado de la Encarnación.
«Cayetana no era del PSOE, pero le interesaban las personas», explica otro invitado. Aguirre era el centro de estos cónclaves donde dos dinastías gemelas -la nobleza secular y la clase política emergente- se seducían sin descanso. Hasta Alfonso Guerra, azote retórico de los señoritos andaluces, pasó por el palacio, aunque el pretexto fuera un homenaje a Machado. «Había invitados que iban por educación y otros que estaban encantados de ser convocados», cuenta un socialista. Muestra de esta estrecha relación es el nombramiento como comisario de Sevilla para la Expo 92 de Aguirre, que dimitió cuando Rojas Marcos quiso devolverle el protagonismo a la Sevilla Eterna. Diez años antes Felipe González ya le había ofrecido -sin éxito- la embajada de España en Bonn. Cayetana dijo que no.
Los Alba eran clásicos del protocolo hispalense. Fueron a las tomas de posesión de Manuel del Valle y Uruñuela. «Se interesaban por Sevilla y el Ayuntamiento sacaba partido de su influencia», recuerda un político que fue testigo de cómo el anterior duque de Alba movió sus contactos con La Caixa para pagar el pabellón de la ciudad en Plaza de Armas y convenció al lobby judío para financiar el Monumento a la Tolerancia. A las sobremesas de estos otoños sevillanos fueron socialistas como Paco Moreno, Alfonso Garrido y Bernardo Bueno. El ritual estaba medido: el aperitivo se servía en el piso superior; después llegaba el almuerzo. Acudían personajes como Carmen Tello, Moreno de la Cova o los Benjumea, sin olvidar a los toreros. Otras veces las citas eran algo más íntimas: sólo con el matrimonio, perdido en los extremos de una inmensa mesa de protocolo.
A estos encuentros no faltaron los tres presidentes de la Junta: Borbolla, que iba con su mujer; Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Chaves fue quien concedió a Cayetana en 2006 la medalla de hija predilecta de Andalucía, una decisión contra la que el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) organizó una protesta a la que la duquesa respondió llamando «locos y delincuentes» a los jornaleros, palabras que le costaron una condena por injurias y 6.000 euros de multa. Después de la muerte de Aguirre el romance con los socialistas se dilató pero no cesó: Cayetana fue al nombramiento de Felipe González como hijo predilecto de Sevilla en 2012 ataviada con un vestido rojo y con joyas diseñadas por el ex presidente. Un año antes Monteseirín dedicó su último acto como alcalde en funciones a inaugurar la estatua que había encargado a Santos Calero para inmortalizar a una joven duquesa en los jardines del Cristina. Cayetana ya tenía una glorieta dedicada entre Torneo y La Resolana, frente a la Barqueta, pero al primer edil socialista le parecía poca cosa para sellar los vínculos de la Casa de Alba con la generación de socialistas que en su día gritaron que a la España nobiliaria no la iba a conocer ni la padre que la parió. La irresistible seducción de las lejanas tardes en las Dueñas se llevó por delante la retórica jacobina. «Los de entonces, ya no somos los mismos» (Neruda).

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