Solo con la incredulidad que suele acompañar a la
ignorancia, se pudo aseverar aquello de que bajo el subsuelo, de lo que fue el
mercado de la Encarnación, no había nada, salvo sorpresas, y así lo expresaron.
Confundir escombros con Historia es perdonable, que no
justificable, si es únicamente por la falta de conocimiento, pero es
imperdonable e injustificable para la responsabilidad advertida, por su desconocimiento.
Durante siglos las centurias macarenas, pródigos hijos de
esta Híspalis inmortal, recorren la plaza de abastos como si se tratara de su
propia casa, donde los placeros los aguardan para recibirles gustosamente”
tecto alinquem recipere”.
No me los imagino en los sótanos de una galería iluminada
por fluorescentes y neones. Los placeros en su plaza. Roma, en la Encarnación.
Puede ser que bajo
muchos edificios de Sevilla nos aparezcan trozos de Hispalis envueltos en Isbiliya, pero en la Encarnación no
existían dudas. Y ¡Ahí está!
Ahora cabe pensar en
los agravios comparativos con otros referentes arqueológicos, de los pocos que
se conservan. Estos del Imperio, tan valiosos como únicos, no pueden dejarse a
su suerte variable.
A partir de ahora una valla transparente solicitada por los intrépidos
conservacionistas, nos permitirá ver lo que evitó el chapado metálico que
circunda su perímetro.
Nadie pudo ver lo que aconteció, como nadie pudo ver las
incidencias en la avenida de Roma, que haberlas hailas, y algún día hasta es
posible que tomen cuerpo los rumores. Afortunadamente la Encarnación tiene ojos
que cada día observan, anotan, fotografían y filman con minuciosidad cada centímetro de las cuadriculas.
Fue una suerte que el profesor Amores aceptara a dirigir los
trabajos, algo dejará. Como también es una gran suerte el gran número de
ciudadanos que exigen que estas apariciones del Imperio no queden convertidas
en numerados fragmentos, fantasmas aguardando en cajas a la espera de no se
sabe que, en unos sótanos, Como placero su mercado.
Sevilla a 11 de Enero de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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