sábado, 1 de noviembre de 2014

Los placeros en su plaza

Solo con la incredulidad que suele acompañar a la ignorancia, se pudo aseverar aquello de que bajo el subsuelo, de lo que fue el mercado de la Encarnación, no había nada, salvo sorpresas, y así lo expresaron.
Confundir escombros con Historia es perdonable, que no justificable, si es únicamente por la falta de conocimiento, pero es imperdonable e injustificable para la responsabilidad advertida, por su desconocimiento.
Durante siglos las centurias macarenas, pródigos hijos de esta Híspalis inmortal, recorren la plaza de abastos como si se tratara de su propia casa, donde los placeros los aguardan para recibirles gustosamente” tecto alinquem recipere”.
No me los imagino en los sótanos de una galería iluminada por fluorescentes y neones. Los placeros en su plaza. Roma, en la Encarnación.
Puede ser  que bajo muchos edificios de Sevilla nos aparezcan trozos de Hispalis envueltos  en Isbiliya, pero en la Encarnación no existían dudas. Y ¡Ahí está!
 Ahora cabe pensar en los agravios comparativos con otros referentes arqueológicos, de los pocos que se conservan. Estos del Imperio, tan valiosos como únicos, no pueden dejarse a su suerte variable.
A partir de ahora una valla transparente solicitada por los intrépidos conservacionistas, nos permitirá ver lo que evitó el chapado metálico que circunda su perímetro.
Nadie pudo ver lo que aconteció, como nadie pudo ver las incidencias en la avenida de Roma, que haberlas hailas, y algún día hasta es posible que tomen cuerpo los rumores. Afortunadamente la Encarnación tiene ojos que cada día observan, anotan, fotografían y filman con minuciosidad  cada centímetro de las cuadriculas.
Fue una suerte que el profesor Amores aceptara a dirigir los trabajos, algo dejará. Como también es una gran suerte el gran número de ciudadanos que exigen que estas apariciones del Imperio no queden convertidas en numerados fragmentos, fantasmas aguardando en cajas a la espera de no se sabe que, en unos sótanos, Como placero su mercado.
Sevilla a 11 de Enero de 2004

Francisco Rodríguez Estévez

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