Un ciudadano más, que no van siendo pocos, viene a utilizar este
espacio que los periódicos dedican a sus lectores a modo de carta, para
expresar sus ideas acerca de la Encarnación.
La suya la leí el día nueve de Diciembre de este año segundo
del tercer milenio. Podía interpretar en su lectura que conoce personalmente al
personaje, y su “modus operandis”, de casta le viene al galgo, como para, sin darle vueltas, reconocer con nombre
y apellidos, al autor de los caprichos sevillanos.
Naturalmente, como bien dice, no puede haber dudas de
que el Mercado de la Encarnación se
convirtió en sus manos en un juego más, y también creo que
se sabía su historia y su pasado.
Al igual que mientras más se profundice, como en este
subsuelo de centro histórico, más
posibilidades tendremos de encontrarnos aparte de la sorpresa, lo mismo con
Isbilla, con Hispalis, e incluso con
Spala. No vale la broma de “Canberra”.
Comparto con muchos ciudadanos que protestan por la forma en
que se ha llevado este asunto, tal vez “por ser vos quien sois”, y pocos se
atreven a contrariarlo temiendo su memoria nemesica, tal como queda escrito.
No me gustaría pensar que, en sus archivos, tenga datos para
justificar tantos silencios. ¡Sería terrible! Como hace años se ganara
este calificativo de “enfant”, hasta lo creo posible.
En el escrito hecho público, no me sorprendió nada de lo
manifestado, y que hasta la saciedad se ha repetido, sin consecuencias, pues
sabe que nada pasará, y cuando esté terminado, para bien o para mal, estaremos hablando de sus obras y sus pompas.
Lo que sí me llamo la atención era el trato familiar de despedida.- Que no se
puede ir por ahí entrampándose con los constructores, ni con nadie, que es
peor. El ya me entiende.
¿Qué será lo peor?
Confiemos que él, le entienda.
Sevilla a 4 de Diciembre de 2002
Francisco Rodríguez Estévez
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