La casa de la Felicidad
Con los mejores deseos le pusieron nombre a la casa. Fue
intención de sus propietarios que perdurara este por los siglos, no en vano,
siete después, nos lo han expresado.
Era una vivienda espaciosa para su tiempo, con patio interior
ajardinado provisto de pozo, letrinas exteriores para el servicio y almacén de
leña. En la planta superior, los aposentos para el descanso y en la azotea,
lavaderos y palomar.
Debió tratarse de un regalo de bodas, posiblemente de un
rico comerciante a su más querido hijo, pues dispuso de anexo destinado a
serrallo.
La casa de la felicidad, como mayor deseo para que esta
nunca faltara, tenía su trazado dispuesto a partir de la fachada al Este, para
que todo girara alrededor del patio, donde las cuadras y almacenes disponían de
salida al exterior. Entre la puerta y la contrapuerta, un espacio que en la
actualidad llamaríamos zaguán, los alarifes, por indicación de los dueños,
realizaron en el suelo un receptáculo, donde quedó alojada una tinaja cerámica
que llenaron de flores de jazmín y unos azulejillos con versículos coránicos, referente a los buenos deseos para
sus moradores.
La preciosa vasija,
taponada con un plato y sellada con arcilla, ya no guarda aquellos, ni queda
rastro de los jazmines, tan solo las palabras escritas, en el plato, nos
recuerda que en un tiempo en esa casa que, sus dispersos ladrillos ahora forman
montones en las escombreras, fue casa de felicidad.
Únicamente la
impoluta tinaja se ha salvado, ella guardó en sus entrañas, durante siglos, esa
felicidad que a la Encarnación, tanta
falta le hace y se le escapó hace treinta años.
Sevilla a 15 de Marzo de 2003
Francisco Rodríguez Estévez
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