No parecía lo más acertado volver a esta medición pero en
ocasiones se recurre a ella, cuando es sabido que quedaron en desuso. El codo
es una medida de antiguo utilizada por los urbanitas que accidentalmente vuelve
al candelero, por lo que es primordial conocer, el codo “marchenero” para hacer
valoraciones, y su equivalencia.
El codo geométrico, dice la enciclopedia, que tiene 418 mm y
el real 574. El codo de ribera mide volúmenes y su capacidad es de 329 metros
cúbicos.
Meter el codo no es lo mismo que la mano, lo cual es peor
que la pata y lo mismo lo hace el defensa que el atacante, pero soltarlo para “machucar
el hígado” es de tarjeta roja, penalti y expulsión.
Diferente es empinarlo, siendo fácil de entender que se
abran caminos con los codos si de por medio se tiene una fuente de gambas blancas
de esas que dicen que cuestan seis euros
cada ejemplar. Acodado, una vez sobre la barra, suelen aguardar que venga la de
Jabugo. Boca de codo, boca de estomago.
El lenguaje del codo, no está codoficado, y es
universalmente utilizado, un leve toque de complicidad nos pone en sobre aviso.
Hablar por los codos no es precisamente hacerlo con el estoma, si bien
hincarlos, no se refiere a los dientes y clavarlos no tiene porque machacar las
costillas con resultado de edema, en el parte facultativo, para demostrar lo
listo que se es, que se tiene una preparación distinta a la del karateca, pues
el arte marcial es una disciplina que no trata de hacer daño al contrario, solo
aprovecha la fuerza del rival.
La fuerza de la razón debe de estar siempre encontrada en la
palabra que transmite el pensamiento, la del codo la transmisión la manda el
hombro y ese no es tan fácil de meter.
Ahora se explica lo de la Encarnación pues en lugar de
aplicar la cabeza para encontrar la solución, hasta la fecha tan solo emplearon
el codo, por que el codo no piensa, solo existe.
Sevilla a 15 de Octubre de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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