Si bien tiene las patas cortas, cuando se agazapa y se
esconde, su captura resulta dificultosa e incluso infructuosa.
Cuando la mentira se instala en el espacio que debe de
ocupar la verdad, retirando a esta de su lugar, resulta tremendamente difícil
discernir, en el sombreado, la una de la otra, pues la verdad parecerá
increíble.
Hace falta tener algo más que imaginación para comparar las
bóvedas de la Catedral, con cualquier cosa que traiga la foránea inspiración,
para ser vendida como obra de vanguardia, y que con esta pretenda embaucarnos
en nuestra ingenuidad, una responsabilidad ávida de cosas nuevas, aunque sean
inútiles.
De realizarse la enorme cubierta, no pasará de ser una obra
icónica que logra su objetivo con el único fin de que se recuerde el paso de
sus defensores próceres, al tiempo de rellenar un currículo de quien aún no
alcanzó los meritos, que tal vez con el tiempo pueda conseguir, como para
perpetuar un incipiente prestigio, (aun
por lograr), como autor de una estructura que cubrirá de sombras a esta ciudad,
que por cierto, y esto no escapa a nadie, de siempre fue famosa, además de por
sus increíbles cielos de celestes purísimos, por el brillo de una luz que le
dio su color especial.
No encuentro el modo de sacar del error a quien la mentira
dejo sin su espacio al razonamiento, ni tan siquiera utilizando los argumentos
de su costo y las consecuencias, pero pregúntese a que viene agredir el centro
histórico con semejante estructura, teniendo esta ciudad otros lugares con una
idoneidad más acorde.
Claro que el autor no tiene la culpa, y así sucedió en el
concurso de ideas, donde podía, como no, aparecer cualquier cosa, pero ¿cómo el
jurado elige, para este enclave, este tipo de disparate?, y por que la
responsabilidad, si no era vinculante, la permite.
Por mil veces me digo, aun sabiendo la respuesta, si la
Gerencia de Urbanismo, voto de calidad, si aceptaría esta modernidad rompedora
que defiende hasta las ultimas consecuencias, si la propuesta de epatante
cubierta hubiera sido propuesta desde otro signo político.
Acertó. Lo que viene a decir que lo del icono de setas de la
Encarnación, que excluye los aparcamientos y la estación de metro, dejando al
mercado en algo ridículo, y que tiene un costo económico de aupa, en metálico y
en especies, no deja de ser un asunto político, de intereses, desconocido hasta
ahora, pero que acabará todo por conocerse, como solo esta ciudad,
desgraciadamente sabe muy bien, que todo se sabe, siempre tarde...
Francisco Rodríguez Estévez
-Sevilla, 7 de Marzo de 2006
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