La idea de colocar unas palmeras de plásticos en una plaza
que jamás tuvo una amable sombra vegetal, nos da la oportunidad de ver, con el
experimento, el resultado sin tener que esperar que germinen los huesos de
dátil, y su lento crecimiento.
El efecto conseguido, con el costo de una gaseosa, nos da el
efecto que hubiera sido peor si para ello se sacrifican dos ejemplares del
huerto del cura.
Así, la idea, puede parecer buena, mala, o indiferente según
de donde provenga, pero a fin de cuentas es algo subsanable, siendo de plástico.
Pero aquello no pega tan solo porque que las altivas datileras, no sean de Canarias,
ni los “dedos de luz”, y estas sean de pega,
al tratarse solamente de un soporte creativo, tal que fuera un poste lumínico,
un adorno efímero, similar a un decorado belenistico, o como una portada de
feria que puede desmontarse, y aquí no ha pasado nada.
Desde la responsabilidad de Patrimonio se ha dicho, y muchos
ojos que le oímos decir a su responsable, que viendo aquello no acababa de
encontrar el calificativo, para que en esta ciudad monumental, se colocara
aquello, que hay que recordar que no deja de ser una iniciativa privada, una
idea, un adorno comercial con fecha de caducidad, cuando si mirara a su
alrededor el interfecto vería otras tonterías que avergüenzan bastante más que
las plastificadas hojas de dos palmeras, libres de sombras, en la umbría de la
panadera plaza de los orfebres.
Ojala se pudiera realizar en cartón piedra la epatante
cubierta, para ver el efecto que causan aquellas amorfas formas en los cielos
de la Encarnación, plaza que siempre tuvo pseudo acacias en su perímetro, para
no tener que padecer de por vida los resultados de la ocurrencia, internacional
por supuesto, y así se evitaría a la ciudadanía de tener, como hace la
responsabilidad, que contener viendo la
cosa, sus calificativos.
Sevilla a 22 de Diciembre de 2005
Francisco Rodríguez Estévez
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