viernes, 17 de octubre de 2014

El final que se espera

En el ala de terminales, todos esperan el milagro. En la visita inesperada, se le acerca estado ya desahuciada a quien cree puede cuando menos a llevarla a un buen final.
Doctor, sé que esto se está acabando, pero, si es verdad, no me lo diga,  ya que hoy me encuentro mejor, y hasta mi vecina que ha venido a visitarme, dice que me voy a recuperar pronto, que tengo que estar fuerte. A lo que aquel le respondió, me parece estupendo.
De poco sirve toda la información que los medios han difundido durante años, si son los propios interesados los primeros en desoírlas, pues como si no le interesara, ya que más que la verdad, solo escuchan lo que desean. Estupendo.
Poco les importa esa cosa que le construyen, aunque la llamen sueño, emblemático, y otras zarandajas, puesto que pocos saben las consecuencias, ni en donde les van a meter, si acaso,  la mitad de estos pocos, puede ser que intuyan algo, pero casi ninguno se detiene en reflexionar que les acarreará su laso comportamiento.
Los que podrían hacerlo, inexplicablemente no lo hacen, y el resto prefiere, como la enferma del relato, aferrarse en la mentira antes que emplear todas sus fuerzas para gastarlas en la última batalla que queda, si bien hace tiempo que está perdida.
La buena señora, que inició una novena a la milagrosa santa, para que por su intersección la quebrantada salud que perdió su vecina recupere la vitalidad, invita a esta para que también participe, pidiéndole que se sume a la rogativa iniciada, dada la extrema  gravedad del caso.
 ¿Qué dirán que le contestó esta enferma  ya en calamitoso estado, cuando la piadosa señora la puso al tanto de su situación? Pues nada menos, que ella puede hacer lo que quiera, pero que el doctor le dicho que está estupendamente.
Los vendedores solo creen lo que les interesa, de nada sirven los esfuerzos para recuperarlos, prefieren confiar en las palabras que quieren oír, aunque el final sea, el que nunca quieren ni imaginar.
En el ala terminal, bien cierto es que aquello que empieza poniendo la carne de gallina, y acaba como los pollos, de la nevera al horno. Una moraleja, una cruel enseñanza, que les congelara cuando al salir de la precariedad y se encuentren con la sorpresa de infarto, se pueden dar cuenta de, a nada que vean la tarifa del mármol, la caoba, y el titanio del mausoleo, lo caro que sale morirse.
Sevilla 13 de Junio de 2006

Francisco Rodríguez Estevez

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