La
rectificación dicen, es virtud del que tiene sapiencia, pero está claro que no
es lo mismo, saber rectificar, que, tener que rectificar, cosa nada fácil,
salvo para el sabio. Difícil se hace, cuando la obstinación evidencia ignorar la existencia del error, e imposible,
cuando esta se encuentra sujeta a contraindicaciones. Manteneya, y no enmendaya.
Ninguna
decisión, que lleve a drásticos cambios en la ciudad, es fácil. Pero, aunque
nada sea imposible, es cierto también, que no todas las propuestas pueden, ni
deben de realizarse solo por que sean viables, aunque se hagan, y por eso ocurre
lo que ocurre, que a veces, se tiene que rectificar, dando esa marcha atrás.
Algo que aparte de que no le quite el susto a quien se le metió en el cuerpo, siempre
aparece el medrar, con una posible tentativa
que en el futuro permanezca latente, cuando el argumento que se ofrece, para no
llevarse a cabo el pavor anunciado, sea por falta de liquidez, mientras que otros,
continuan en su cronometrica desajustada, sin contratiempos inesperados para que
no puedan ser retocados, ni partidas insalvables.
Todo,
ante la silenciosa actitud de la ciudad, crítica de sotto vocce, que no permite
que se rectifique para no regalar inmerecidos halagos.
Es la
manera de decir para siempre, al contemplar cuanto pudo ser rectificado, que no
fue la falta de opinión de los ciudadanos de un pueblo sabio que sabía
perfectamente que sería un esfuerzo inútil. Con lo cual, por muchísimos años,
generaciones futuras sabrán por que no se rectificó a tiempo, y se produjeron
esas transformaciones a las que no les encuentran el mayor sentido. Cosas del
ayer.
Francisco
Rodríguez Estevez
24 de
Octubre de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario