viernes, 17 de octubre de 2014

De sabios

La rectificación dicen, es virtud del que tiene sapiencia, pero está claro que no es lo mismo, saber rectificar, que, tener que rectificar, cosa nada fácil, salvo para el sabio. Difícil se hace, cuando la obstinación evidencia  ignorar la existencia del error, e imposible, cuando esta se encuentra sujeta a contraindicaciones. Manteneya, y no enmendaya.
Es evidente cual es la solución de la necedad. Aquella, que anula la posibilidad de dar marcha atrás en el error, demostrando, en lugar de inteligencia, la tozudez, con dos zetas, como lo de la Encarnación.
Ninguna decisión, que lleve a drásticos cambios en la ciudad, es fácil. Pero, aunque nada sea imposible, es cierto también, que no todas las propuestas pueden, ni deben de realizarse solo por que sean viables, aunque se hagan, y por eso ocurre lo que ocurre, que a veces, se tiene que rectificar, dando esa marcha atrás. Algo que aparte de que no le quite el susto a quien se le metió en el cuerpo, siempre aparece el medrar, con  una posible tentativa que en el futuro permanezca latente, cuando el argumento que se ofrece, para no llevarse a cabo el pavor anunciado, sea por falta de liquidez, mientras que otros, continuan en su cronometrica desajustada, sin contratiempos inesperados para que no puedan ser retocados, ni partidas insalvables.
Todo, ante la silenciosa actitud de la ciudad, crítica de sotto vocce, que no permite que se rectifique para no regalar inmerecidos halagos.
Es la manera de decir para siempre, al contemplar cuanto pudo ser rectificado, que no fue la falta de opinión de los ciudadanos de un pueblo sabio que sabía perfectamente que sería un esfuerzo inútil. Con lo cual, por muchísimos años, generaciones futuras sabrán por que no se rectificó a tiempo, y se produjeron esas transformaciones a las que no les encuentran el mayor sentido. Cosas del ayer.
Francisco Rodríguez Estevez

24 de Octubre de 2007 

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