El niño de los cinco años no sabia que lo del cinco era lo
del interés bancario del anunciante que lo contrata, y confiesa inocentemente
que se acababa de enterar, por el texto que tuvo que aprender para realizar el
anuncio publicitario por su bella cara. Una estrategia para crear confianza en
un dudoso deposito.
Cinco son, por el momento, las tabernas que aparecieron en
este trozo de Hispalis. Acabo de enterarme, como el niño, (no de que fueran
cinco) de que taberna en latín es tienda, tabernáculo, tienda de campaña, y tabérnula
lo que llamaríamos un stand, de los que ponen en la Diputación, en la plaza
Nueva, y en el palacio de exposiciones, o jardines del Prado para la venta de
artículos relacionados con los eventos que en dichos emplazamientos, como
mercadillos efímeros, del Duque, Magdalena, Alcosa, organizan estos
provisionales emporios.
El mercado de abastos es otra cosa, aunque lleve tantos años
bajo chapas provisionales de efímera arquitectura de campaña, y los placeros en su lugar metidos en minúsculas tabernulas que parecen jaulas. El lustro tiene
cinco años, como el niño, lo provisional más de seis lustros.
La taberna libraria,
librería; la taberna argentaria, la banca; la macellun, la carnicería; la
taberna caupona, despacho de vinos. En los cincuentas las tabernas eran
cauponas con altramuces de balde, lugares sombríos, sórdidos establecimientos
donde algunos hombres se saturaban de alcohol, perdiendo el tiempo ahogando
penas en morapios y peleones para no enfrentarse al drama domestico, frutos de
la vida sin a, de la carga de niños, de cinco para arriba y la asociación de
esta, con la falta de recursos, llenando las suelas de serrin.
Medio litro acerca al olvido; uno, alejaba los deseos, y uno
y medio permitía dormir sin remordimientos. No tenía la taberna de entonces el
cartel que gozaba la bodega, repleta de tinajas enormes y bocoyes de robles
apilados, ni su avinagrado olor, diferente al de los bares de tapas con cocina,
ni por supuesto, desprendía el confortante aroma de las cafeterías, el urinario
del fondo.
Por la mañana, en los amaneceres azules, palomitas de
peleones anisados y coñac de garrafas, ahora brandys, entonaban los cuerpos. El
colmao era otra cosa, como más flamenca, como de ricos. Colmatar el vacío es
llenarlo.
En la Encarnación las tabernas que no desaparecieron se
transformaron en bares y cafeterías, las flamencas son buen negocio en el
Japón, las que tenía su interior se perdieron, como el historico emporio, en
la diaspora de chapas y tabernulas.
Las tabernas aparecidas en el vacío lleno de historia, eran
tiendas agrupadas que no revueltas, a lo largo de la calzada peatonal, para que
las caballerías no la contaminaran con los efluvios y materia de las
fisiológicas funciones, tal que pareciera letrina de taberna de los cinco
lustros.
El emporio individualizado como germen del centro comercial,
que dicen invento de los tiempos modernos, se recorre andando, claro que la
peatonalización no es garantía de negocio, aunque ayude, sobre todo si la
cuadriga podía dejarse en Regina y de la raeda poder bajarse en la encarnita.
Sevilla a 9 de Noviembre de 2003
Francisco Rodríguez Estevez
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