miércoles, 22 de octubre de 2014

                
                Veintinueve años 

                 En aquel tiempo que comenzó con la demolición de la plaza de abastos, ya empezaron a llevarse a cabo ideas que hoy resultan abominables.
                Su ejecución, sumarísima, no fue acogida con el sentimiento altamente lastimoso que aquel suceso merecía. Apenas hubo dolor. Sus dolientes placeros, no lo fueron tanto, pues la euforia compartió escenario con aquellos pocos que   fueron obligados a aplaudir por una engañosa animación, impidiendo que nadie  pudiera atreverse a llorarle.
                 No parcia ser tiempo de llantos, pero el tiempo siempre habla.
                 Desde su desaparición, el recuerdo permanente de injusticia no ha sido borrado, tal vez, podríamos haberlo guardado en el saco del olvido de nuestra memoria, si se hubiera  construido de inmediato la modernidad que fuera, en el lugar  que aun ocupa su vacío, ese nuevo edificio que nunca se realizó.
                Día a día  viendo sus ruinas tras  el vallado, así, durante treinta años, día tras día acudiendo al rincón de su provisionalidad eterna, mientras pasan acontecimientos y eventos, dispendios e inventos, transformando la ciudad con actuaciones y edificaciones publicas de nuevo cuño, a decir de todo gusto y presupuesto, rehabilitaciones de glamour, y gastos suntuarios festivos y estipendios casi serios por doquier, mientras, en pleno centro de la ciudad, mártires del  modernismo de los sesenta, victimas del  paron de la transición política, rehenes del caprichoso bamboleo consistorial, allí están, todavía, los placeros
       Arrinconados en su rincón provisional aguardando realicen de una
     vez por todas, el  más prometido de los mercados, el de la Encarnación.
           como explicar que no pueda tener esta administración, una solución
 para él? Acaso el tiempo ha  pasado en vano,  y continuamos  como en
aquel  tiempo que se llevaron a cabo ideas que,
 treinta años después, nos  resultan abominables.

                 ¿Qué dirán los que nos sucedan si no se ofrece con prontitud
una solución digna para la ciudad y para los placeros?
                 Confiemos que  retorne el sentido común  y se olvide de una vez por todas la idea del  mercado sótano, en maldita hora se le ocurrió a  algún pensador, aun temiendo quien lo pueda hacer bueno, pues más bien parece salido de  una mente espongiforme  que de un ponderado responsable, y se construya en  tan significativo lugar un Mercado  para el disfrute de todos. El mercado de Sevilla, el de la Encarnación, porque otra cosa,....... no sé  lo que pensaran de nosotros cuando hayamos muerto.
                 Sevilla a 12 de Octubre de 2002

                 Francisco Rodríguez  Estévez

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