Si a esta ciudad que tengo en los labios le queda algo de la
esencia de sí misma, al menos un poco solo la pueden encontrar, si la buscan, justo
donde aún queda un residual que se extingue, en la plaza de toda la vida, la de
siempre, la de los olores increíbles, la del bullicio cosmopolita, la de los
encuentros, la de soledades en su abandono, la de abastos. En ella se observa
un discurrir cotidiano que hasta los ojos de Cervantes, encontraría los
personajes para hacer con una sola mano, toda una colección, para que los
diarios sin ventas, obsequien a sus fieles lectores.
Aunque los efectos de la guerra civil en su caserío, no
fueron de caza ni de bombardeos, los ataques sufridos fueron de picotas, que no
son perlas del Jerte, ni protuberante
elemento nasal que se alarga por la mentira, sino el más cruel de los inventos
como puede ser una herramienta de trabajo, duro trabajo, demoledor para el
espinazo del portador, tal como se extienden los cheques, tanto como para la
ciudad que perdió los Cielos, y no por
pecado mortal, sino por uno más grave, el pecado moral, pues de este, ni los agnósticos se libran.
La moralidad es relativa cuando hay jornales de por medio,
riquezas vis a vis, entre muchos y pocos, y muchos más que ni medio se enteran.
La especulación como idea para divagar, por la ciudad de la
gracia, de la broma, de los silencios, del chiste, de la dualidad cainita, pudo
y no pudo con la plaza, la de abastos, la de la Encarnación de mis carnes que
parte del verbo, ser y no fue, y cuando fue ¡zas! le derribaron una parte de lo
que fue un todo, y con ello su hermosa planta de Dados a Regina, que bordearon
tantas bambalinas besando sus acacias, para realizar un eje imposible,
inexistente, un ensanche de puñetas, mangas de chantillí, anchas de adefesios y
pastiches de una falsedad, dialogo con la mentira.
Y ahí está, casi sin quererlo, regalando Cielos únicos, de
azules como división, la de sus placeros en diáspora, esperando un sabhat para
poder volver a sus orígenes. Amen.
Tal vez entre las piedras de esta Hispalis encontrada
aparezcan, hijos de sus entrañas finos y fríos, como caldo del triangulo, que
no gélidos como escalofrió recorriendo los lomos en el orgasmo de una virgen,
sino el producto de molturación de la vid, sacro jugo, con el que brindar algún
día en este Alcázar que no se rinde, catedral de los sentidos, que es mi plaza
de abastos soñada, tal como esta ciudad, que hasta los picaros inspiran best
seller, y que no existe nada más que en las ensoñaciones de los ilusos que en
el ensimismamiento del sopor le llegan hasta los aromas que le desprende su
deseo a jazmines y a romero.
Sevilla a 24 de Septiembre de 2004
Francisco Rodríguez Estévez
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