viernes, 5 de septiembre de 2014


Ostias
Me inclino a pensar que fuera cosa de almejas, no en vano algo tenia que pasar, y efectivamente acertaron a pasar por donde me encontraba nada menos que dos espectaculares señoras que rebasarían los once lustros pero bien llevados. Con el bronce en la piel de exponerla a los rayos de un verano en Vistahermosa, y con toda la laca para mantener la vaporosidad del,os escardados cabellos de un dorado castaño casi juvenil, portando bolsas de establecimientos de elite, y luciendo oro en abundancia tanto adornando los cuellos tratando de esconder la papada que aparece, como las muñecas que delata algunos kilos de mas, y los dedos anillados rematados por las enormes uñas de porcelana.
Dos damas que por la apretada cintura nos indicaba que las hebillas estaban faltas de un par de bocados, venían a ser como dos si de una viñeta de Serafin se hubieran escapados estas dos amantes de algún aristócrata, que cuando buscaban la puerta, apareció  la “ostia” en la vulgaridad de un lenguaje, pues no se trataba en absoluto que fuera la puerta de Roma esta Ostia, puerta y puerto, plaza mercado estación y aeropuerto, puerta y puerto.
Las palabras descubrieron  lo que pasaba, una con la exclamación digna de semejantes personajes cuando la dominante  dijo literalmente” Donde ostias está aquí la puerta”. Cabe pensar que ni era ni por Roma, menos por las ostras, cuando la acompañante henchida de indignación le contesta, “Te dije que no tiráramos por aquí”.
Llevaba razón estas señoras, pérdidas en el laberinto, que infructuosamente buscaban la puerta donde no existía, y más, cuando la existente las hacia retroceder y que al menos volvieron a lucir sus carnes por donde nadie pudo admirarla. ¡Ostras! Y es que en esta Encarnación siempre pasa algo, hoy pasaron estas que pasaron para dar cuenta de que efectivamente falta una puerta.
Sevilla a 5 de septiembre de 2014
Francisco Rodríguez Estévez

    

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