Me inclino a pensar que fuera cosa de almejas,
no en vano algo tenia que pasar, y efectivamente acertaron a pasar por donde me
encontraba nada menos que dos espectaculares señoras que rebasarían los once
lustros pero bien llevados. Con el bronce en la piel de exponerla a los rayos
de un verano en Vistahermosa, y con toda la laca para mantener la vaporosidad
del,os escardados cabellos de un dorado castaño casi juvenil, portando bolsas
de establecimientos de elite, y luciendo oro en abundancia tanto adornando los
cuellos tratando de esconder la papada que aparece, como las muñecas que delata
algunos kilos de mas, y los dedos anillados rematados por las enormes uñas de
porcelana.
Dos damas que por la apretada cintura nos indicaba
que las hebillas estaban faltas de un par de bocados, venían a ser como dos si
de una viñeta de Serafin se hubieran escapados estas dos amantes de algún aristócrata,
que cuando buscaban la puerta, apareció la “ostia” en la vulgaridad de un lenguaje, pues
no se trataba en absoluto que fuera la puerta de Roma esta Ostia, puerta y
puerto, plaza mercado estación y aeropuerto, puerta y puerto.
Las palabras descubrieron lo que pasaba, una con la exclamación digna
de semejantes personajes cuando la dominante dijo literalmente” Donde ostias está aquí la
puerta”. Cabe pensar que ni era ni por Roma, menos por las ostras, cuando la
acompañante henchida de indignación le contesta, “Te dije que no tiráramos por
aquí”.
Llevaba razón estas señoras, pérdidas en el
laberinto, que infructuosamente buscaban la puerta donde no existía, y más,
cuando la existente las hacia retroceder y que al menos volvieron a lucir sus
carnes por donde nadie pudo admirarla. ¡Ostras! Y es que en esta Encarnación
siempre pasa algo, hoy pasaron estas que pasaron para dar cuenta de que efectivamente
falta una puerta.
Sevilla a 5 de septiembre de 2014
Francisco Rodríguez Estévez
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