jueves, 7 de agosto de 2014


Oler a olor

 

Cuando le conocí, ya apuntaba maneras, era brillante en su inicio de lo público. Cuando hice amistad,  ya había fracasado en una inicial empresa política, de las de rupturas.

Tenia una coletilla en su expresiones, y discursos, tal que hubiera desarrollado las pituitarias a la misma vez que el conocimiento en las reglas de este juego, así  que cuando decía que  le daba en la nariz una cosa, evidentemente aquello tenia una rotundidez  que ríanse de las predicciones de Rappel.

Poco después, cuando se encontraba ejerciendo su profesión, en plena travesía del desierto político que le eximiera, decidí contratarle como un buen valor para la empresa cooperativa, pues además de la experiencia en el ámbito, sus objetivos eran predecibles para un próximo futuro.

Tal como sucedió, y al poco tiempo formaba de nuevo en la elite de  lo público, donde llegaría a alcanzar altas cotas de responsabilidad y triunfos.

El caso es que cuando esto de la provisionalidad ya tenía su olorcillo a cadáver, acertó un día a preguntarme acerca de cómo me olía aquello. Aquello era lo de la Encarnación, la nueva Encarnación para los placeros, que presumible estaba guardado en uno de los cajones de urbanismo municipal, cuando se lo arrebataron a Consumo, y sus ideas de puente, antes una inminentes elecciones, que lo mismo encontraban la llave y lo sacaban a relucir como baza electoral.

 Las cosas de los cuatro años, que fueron ocho, antes de llegaran los doce, para que se alcanzaran los veinte, y la modernidad.

Con esta, una vez que por aquella fecha, no me encontraba cerca de la cacosmia, mi opinión odorífica a la pregunta formulada, se limitaba al tufillo que desprendía, como los túnel del metro, la humedad en los bajos fondos, si como podía ser, aparecía la “Colonia”,  se jodia lo del metro, y el temor a la tumba del hipogeo andalucista, una vez fallido el intento de jade y mármol en la de los ficus, que ya aplaudían los damnificados representantes, pensando en la huida.

Nunca pues dejó de oler, ya que desde el abandono del solar, aquello desprendía un rastro mayor de metedura de pata  que, como “hakari” colgado ya avisaba lo que desprendía.

Cierto es que a mi interlocutor, desde las alturas, le podía traer al pairo lo de la Encarnación, pero en aquel momento, me pareció todo un detalle su interés, en principio, ya que el tiempo se ha encargado de poner en su justa medida, cuando pensaba que fuera acaso por amistad,  y mi reiterada petición solicitándole una intervención política, a la que los placeros aleccionados, y exento de pago, se negaban a recibir.

En este caso lo de la nariz, y su eficacia en detectar las partículas en suspensión, solo era una manera de preguntar, pues si esto ya parecía semejarse al “durian”, ha sido el tiempo el que ha identificado el autentico olor que detecta lo de la Encarnación, algo muy similar al de “kiviaq” pues el que despide las fauces del bicho a la entrada, por cierto incumpliendo otras normativas del propio PGOU, viene a ser una mezcla de Dinamarca y “garum”, y en el antiquarium, ni les cuento.

Posiblemente le vuelva a escribir una nota, pues lo mismo ya sabe a lo que huele lo de la Encarnación, y desde donde aun se mantiene en el reconocimiento de su valor en lo publico, le viene en gana y hace las indicaciones para que esto de la Encarnación, plaza municipal de abastos,  sea en su eficacia aspiraciones pues  no puede darle a nadie en la nariz, que algo tan caro como estas setas, tenga el recuerdo del “Funazushi”, que a estas alturas, se hace intragable.

No se. Lo mismo, esta vez me da la de “arena”, y a este le da en la nariz,  como antaño, y hace las indicaciones pertinentes para que cualquier día de estos, en lugar de que venga uno de hacienda asustando, aparezca  el aparejador tomando medidas de la puerta automática. Huele bien.

Sevilla a 7 de Agosto de 2014-

Francisco Rodríguez Estévez

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