martes, 12 de agosto de 2014


De la misma madre

 

Desde el mismo momento que dejo de ser ella e inició la metamorfosis en pupa, el vaso admirable dejo de parir vástagos de su estirpe, ya condenados a la extinción.

Fuese a mediados del siglo pasado cuando el fuego purificador, con todos los indicios de intencionado, dio cuenta de que esta seria la única manera de eliminar el gran perímetro de esta “pachamama” hartita de dar de mamar a tantos, desde los orígenes de mas de cien años en la que fue útero y ubre, hasta el holocausto en el que aun sería corazón y alma de la mas callada.

Se tardarían  27 años en completar el vandalismo de su eliminación, cuando entre el abandono de los propios dejó secar su matriz para renunciar a engendrar más hijos de la Encarnación.

En rincón de crisálida,  durante mas de treinta y siete años, comiéndose sus carnes, encerrada en su lío, y con el tiempo momificador consumiendo su reencarnación en cada sarcófago “matrioska”, que por imposible, ya no podría preservarla de nada, ni en los canopos de sus entrañas.

Mas de siete lustros, y con las dos terceras partes de perdida de sustancia, como los perdidos hijos de la misma madre, ninguna posibilidad regeneradora puede ser posible, salvo la adhesiones que algunos que su añoranza, o conveniencia, dicen ser de algo tan ajeno, como desconocido, por la coetaneidad de haber crecido en un tiempo de su existencia, nada menos que hijos de la Encarnación. Por en momento no tenemos ningún hijo de setas. Hailos.

De no haber sido por el fuego que eliminó media plaza no me hubiera apresurado a venir a este mundo, justo en el 46 de la calle Betis, que me daría el condicional de trianero por ser hijo de Triana, pero con cinco años ya me encontraba en la Encarnación, creciendo en el vientre de Sevilla, onfalo del mundo, y que por aquello de criarme en este enclave, e hicieronme hermano de la Amargura, creo que podría decir lo mismo como placero.

 Ya a los once  aprendía de mi madre, Dolores la carnicera, que aun despachaba (por gusto) con mas de 88 años a su clientela, más su miedo, siempre asustada, era que alguien le pudiera quitar la exigua paga de viudedad que tenia de mi padre, Paco “Montada” también carnicero autónomo.  Mis hermanos, carniceros de la Encarnación, carnes de sus carnes. Carne de la Encarnación. Carnes selectas. Carne.  Carne sobre carne.   

Cierto es que no quedamos muchos, pero perteneciendo a la extinguida estirpe de la original Encarnación en la que llevo cincuenta y siete años, ha sido el tiempo lo que me ha llevado a ser el mas antiguo de sus moradores, en sus tres versiones de edificios, el antiguo, el provisional bajo chapas, y en actual de diseño laberíntico bajo las setas.
Se diría que por los años ininterrumpidos vendiendo carnes en la Encarnación, cabe la posibilidad que lo mismo es tener tanto merito como vender calentitos, por mas que once lustros y medio detrás de un mostrador ya lo tenga.

Acaso sea por eso, que me sabe mal escuchar a estos llamados hijos de la Encarnación, a los que siempre les mando un fraternal saludo, cuando en su filial cariño, que no le quito merito, yerran tanto que creo, en ocasiones, que son hijos de otra Encarnación.

Sevilla a 12 de Agosto de 2014

Francisco Rodríguez Estévez

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